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Mostrando entradas de julio, 2020

LA MANO

Dormía profundamente, pero las ganas de orinar pudieron más, así que se levantó y se encaminó al baño. Justo un paso antes de entrar sintió que algo tocaba una de sus piernas. Encendió la luz y no vio absolutamente nada. No le dio importancia. Hizo lo que iba a hacer y volvió a la cama. Apagó la luz y se tapó apenas con la sábana. Unos segundos después, sintió ruido en el living. Algo muy concreto, la gata jugando con unas pelotas de plástico que rodaban por el piso y rebotaban en los muebles, y alguien (una voz femenina) que le gritaba: dale...dale! Pegale! Picado por la curiosidad, se levantó nuevamente, se fue hasta el living y encendió la luz. Por cierto, no había ni gata (seguramente andaba afuera de correrías como todas las noches) ni pelotitas y menos que menos ella, la de la voz (vivía solo). Volvió a acostarse, apagó la luz y segundos después sintió que le tironeaban las sábanas. Sobresaltado encendió la luz, y nada, todo estaba normal. Apagó la luz y de nuevo alg

MARTES

Estábamos parados en una esquina inútilmente, de eso yo estaba convencido. Esperábamos a mi hermana y mi cuñado que habían tomado la calle hacia arriba para una cuestión que no podía demorar más de diez minutos, y llevábamos más de una hora eperando. Le propuse seguir caminando y ya nos encontraríamos con ellos. No podíamos quedarnos ahí, él era el técnico, el partido ya debía haber empezado, y yo llevaba la valija y el taladro a batería para que los jugadores pudieran cambiar los tapones de sus zapatos. Teníamos que llegar de una vez por todas. En el camino pasamos por el estadio. No pudimos ver cuál era el partido que se jugaba, aunque por el poco público que había seguramente era uno poco interesante. También podía ser que por el aislamiento la gente se separara más de lo necesario en las tribunas. Seguimos caminando hacia la cancha y nos cruzamos con algunos conocidos, uno de los cuales me dejó a la pasada un paquete de panchos que él no necesitaba. Cuando llegamos, al

INFERNAL

Por cada vez que él mete uno en su bolsa, yo me gano cincuenta; no da ni para ponerse nervioso, le saco ventaja de varios cuerpos. Y él todavía insiste, no sé si realmente cree que podrá algún día alcanzarme o se hace el que puede. Creo que no tiene otra; él mismo se metió en esto, no es una cuestión ni de querer ni de poder, aunque a todo el mundo le pide que le tengan fé. Y vamos a entendernos, si fuera cuestión de hinchadas no puedo poner en duda que me gana por lejos. Pero eso es porque yo tengo mala prensa, está claro, no hay muchos que quieran manifestarse como paridarios míos. Pero además, desde el primer día le mostré que la pelea no iba a ser fácil y que se tenía que esforzar para ganarme. Pero se durmió en los laureles. Primero me gané a Eva, y después cayó como un chorlito Adán . De ahí en más fue un juego de niños para mí.

DERRUMBE

Por cada vez que daba un golpe con la pesada maceta en la pared, hacía una marca en el piso. Había comenzado temprano en la mañana, cuando ella apenas se había ido, y para las tres de la tarde el escombro acumulado y el polvo envolvían casi toda la casa. Los perros a veces ladraban, pero lo más audible era una especie de aullido más parecido a un lamento que a otra cosa. El gato huyó a los primeros golpes y no había vuelto a aparecer. Pensó que a más tardar para las diez de la noche habría concluído su tarea. Quedaban unas pocas paredes para demoler y el techo no resistiría mucho más. No se detuvo ni para atender el teléfono. Y no abrió tampoco la puerta cuando golpearon; para no detenerse. Los hombres de blanco que entraron y lo enchalecaron cuentan que sonreía pacíficamente y un hilo de baba corría por la comisura de sus labios.

CHANCHO FANTASMA

- De los pescaos que vuelan me gusta el chancho – dijo el Araña mientras le servía el wisky a Rodríguez. El dicho le había quedado de aquella vez de la histórica carneada de su vecino don Carlos. El de enfrente, porque Carlos son muchos en la zona. El propio Araña se llama Carlos. Habían comenzado en la mañana temprano, juntando leña. El fogón se armó como siempre al costado del aljibe, entre éste y el chiquero. El medio tanque de quinientos litros se llenó con la manguera, y el fuego hizo su trabajo para que estuviera hirviendo a la hora de pelar el animal. Los gritos del chancho se sentían por todo Paso del Medio. Se la veía venir, o vaya a saber qué, pero la cuestión es que no se dejaba agarrar. No fue fácil enlazarle la pata trasera, pero al final pisó sin querer dentro del lazo y su suerte estaba echada, el nudo se cerró y no tuvo más remedio que salir del corral, empujado por tres o cuatro vecinos que se juntaban para dar una mano en toda la faena. En el boliche

CLIENTE

Sofía se puso la minifalda, se calzó las botas a las apuradas, arregló un poco su desordenado pelo castaño, tomó su cartera de arriba de la cama y salió corriendo del pequeño apartamento dando un portazo. En el taxi se maquillaría un poco. No podía llegar tarde. El de hoy era un cliente importante, y si fallaba, las consecuencias serían graves. Carlos no solía perdonar errores, ni siquiera con los clientes más comunes, así que con este no podía correr ningún riesgo. Era su trabajo y tenía que mantenerlo, por algo era una profesional. Por lo que sabía, era el gerente de un banco, o de una financiera, da lo mismo, un tipo de plata, de mucha plata, y aunque por sus servicios recibiera la misma cantidad de billetes que si se tratara de cualquier hijo de vecino, era un cliente de esos que hay que conservar, porque nunca se sabe. Le dijo el lugar al taxista, se acomodó en el asiento trasero y revolvió su cartera hasta encontrar los elementos para el maquillaje y comenzó su

BELLA Y DESPIERTA

No estaba vestida como para subir escaleras; no tan angostas y menos en forma de caracol. Pero su determinación pudo más. Se quitó los zapatos y se levantó un poco la falda con una de sus manos, y comenzó a subr lenta y cuidadosamente agarrada firme de la baranda de hierro que se meovía peligrosamente. A mitad de camino, paró un instante fatigada y se sentó a descansar. El olor a humedad era penetrante, en aquel espacio reducido, con paredes de ladrillos tapizadas de un musgo verde. Ranudó el ascenso con mucho cuidado tratando de no hacer el más mínimo ruido en el tramo final; sabía que la anciana era un poco sorda y que difícilmente podría oir sus pasos, pero no quería arruinar todo cuando estaba por cumplir un deseo largamente acariciado. Al llegar al descanso, se enfrentó a la pequeña puerta de madera durísima, pero ya desvencijada por el paso del tiempo. La llave -una vieja llave carcomida por el herrumbre- estaba puesta en la cerradura, y no tuvo que hacer demasiado e

NO SE VUELVE

Mi amigo Jaime suele contarme historias fantásticas. A veces son tan fantásticas que me cuesta creerle. Como esta que me contó anoche, en la reunión mensual que hacemos con la barra para jugar a las cartas y celebrar la amistad. Jaime está casado con Carla, una buena y hermosa mujer. Tienen dos hijos, y hace ya como diez años que están casados. Yo lo quiero mucho, es un muy buen tipo, pero hace un tiempo comenzó a salir con otras mujeres. He hablado con él para saber por qué lo hace; me preocupa, porque somos amigos hace muchos años y con Carla también. No tiene una explicación para su conducta, al menos no una explicación clara y contundente.  - Una vez se me dio con una compañera de trabajo, ¿sabés? -me dijo- y bueno...me di cuenta que podía hacerlo otras veces, que podía llevar muy bien mi matrimonio haciendo esas salidas, y ta...seguí en eso...ya sé que no está bien...pero ¿cuántas cosas hacemos que no están bien, eh?  Lo aconsejo, le digo que no siga en eso, que no está bie

MISIONES 1268

Miraba fijamente el papel entre sus manos. Era tan solo una hoja pequeña, del tamaño que suelen tener las recetas médicas. Hacía un buen rato que lo miraba, aunque su mente se encontrara lejos de allí. Eran curiosos los caminos por donde se había trasladado al leer esa dirección que con desprolijidad había anotado su secretaria, y adonde se tenía que dirigir sin demora. Misiones 1268. No era una dirección cualquiera. Había vivido en tantos lugares. Según sus cálculos, se había mudado unas catorce veces en su vida. Diferentes barrios, distintas ciudades, casas grandes y antiguas, apartamentos estrechos en edificios abarrotados, pero solo conservaba en su memoria la dirección exacta de esa casa: Misiones 1268. Sin duda porque allí había vivido sus mejores años, los tiempos de la túnica y la moña, de las meriendas con los amigos, de las travesuras. Y claro está, también la época de algunas tristezas olvidadas (¿olvidadas?). La asociación de ideas lo llevó a un cuento