Estábamos
parados en una esquina inútilmente, de eso yo estaba convencido.
Esperábamos a mi hermana y mi cuñado que habían tomado la calle
hacia arriba para una cuestión que no podía demorar más de diez
minutos, y llevábamos más de una hora eperando. Le propuse seguir
caminando y ya nos encontraríamos con ellos. No podíamos quedarnos
ahí, él era el técnico, el partido ya debía haber empezado, y yo
llevaba la valija y el taladro a batería para que los jugadores
pudieran cambiar los tapones de sus zapatos. Teníamos que llegar de
una vez por todas.
En
el camino pasamos por el estadio. No pudimos ver cuál era el partido
que se jugaba, aunque por el poco público que había seguramente era
uno poco interesante. También podía ser que por el aislamiento la
gente se separara más de lo necesario en las tribunas.
Seguimos
caminando hacia la cancha y nos cruzamos con algunos conocidos, uno
de los cuales me dejó a la pasada un paquete de panchos que él no
necesitaba.
Cuando
llegamos, al partido le quedaban cinco minutos. Nadie se cambió los
tapones. Terminó cero a cero gracias a la gran actuación de mi
hermano Daniel que se atajó todo, porque la verdad que el otro
cuadro era muy superior.
Le
pregunté al técnico -porque no me acordaba- como era el nombre de
quien me había dado el paquete de panchos…
-
¿quién?
- el
que me dio los panchos vo...el dentista...puta, nunca me acuerdo de
los nombres, ¿Será posible?...empieza con S, estoy seguro..
-
¿vos decís Martínez?
-
no, pelotudo!! con S...Sáxulund...o algo así...un apellido medio
raro…
- ya
sé! Santesteban
-
ahí va...ese...-dije no muy convencido, mientras seguía cavilando-.
Cuando
ya estaba en la cama lo recordé:
-
Bulgarelli!!!!
El
grito me despertó.
No
era con S.
Miré
por la ventana y Amalia comía pasto. Los teros cantaban como todas
las mañanas, y sentía a los perros ladrar a cualquier cosa como
siempre. Ella así como había aparecido había desaparecido, como
siempre. Apenas abrí la puerta del dormitorio vino a recibirme Syrah
con sus maullidos reclamando comida. Le di. Abrí la heladera y nada
de panchos. Hay un atado de espinacas y una botella de agua mineral
por la mitad. En el placarcito hay todavía una taza de arroz. Será
entonces arroz con espinaca. Hoy es martes y el araña cierra, y mi
capital se reduce a trece pesos. Mañana llamaré a Bulgarelli para
recordarle que me debe un paquete de panchos, que no se haga el gil.
Comentarios
Publicar un comentario