Mi amigo Jaime suele contarme historias fantásticas. A veces son
tan fantásticas que me cuesta creerle. Como esta que me contó
anoche, en la reunión mensual que hacemos con la barra para
jugar a las cartas y celebrar la amistad.
Jaime está casado con Carla, una buena y hermosa mujer. Tienen dos hijos, y hace ya como
diez años que están casados.
Yo lo quiero mucho, es un muy buen tipo, pero hace un tiempo
comenzó a salir con otras mujeres. He hablado con él para saber
por qué lo hace; me preocupa, porque somos amigos hace muchos
años y con Carla también. No tiene una explicación para su
conducta, al menos no una explicación clara y contundente.
- Una vez se me dio con una compañera de trabajo, ¿sabés? -me
dijo- y bueno...me di cuenta que podía hacerlo otras veces, que
podía llevar muy bien mi matrimonio haciendo esas salidas, y
ta...seguí en eso...ya sé que no está bien...pero ¿cuántas cosas
hacemos que no están bien, eh?
Lo aconsejo, le digo que no siga en eso, que no está bien que le
haga eso a Carla, que ella es una buena mujer, que no se lo
merece. Pero en fin...uno no puede ir más allá de un consejo; cada
cual es dueño de su vida y hace con ella lo que quiere.
Pero como te decía, lo que me contó el otro día es bastante increíble. Había ido al
boliche a donde íbamos hace años, a tomarse una grappa. Acodado
al mostrador había un parroquiano nuevo, no lo conocía. Al rato
estaban conversando, y meta grappa. Por allá, en medio de la
charla, parece que el tipo le dice que había hecho un trato con el
diablo.
Sí, así le dijo: un trato con el diablo. No voy a contar aquí
como fue el encuentro con el diablo y los detalles que me contó
Jaime, porque no es la cuestión que quiero que sepan.
El tipo era calvo, con barba candado y bigote, bastante bien
parecido, y con un acento extranjero. Español pero no de acá, tal
vez centroamericano. Jaime se lo preguntó y le dijo que era de
República Dominicana.
Bueno, el trato era el siguiente: el diablo le concedió una facultad
a elegir, algo así como un superpoder, a cambio de algunas tareas
siniestras que no le quiso contar a Jaime.
Salvador -que así se llamaba el dominicano-, luego de meditar
largo rato -el diablo no lo apuraba para nada- eligió la
teletransportación.
- Sí, la teletransportación, raro ¿no? Pero eso fue lo que eligió -me
dijo Jaime sonriendo-.
Lo corté a Jaime y le dije que capaz que yo hubiera elegido lo
mismo, ahora que lo pienso.
- ¡Claro! -me explicó Jaime- el tipo barajó distintas posibilidades.
Le atraía mucho la idea de una “súper visión”, por ejemplo, para
poder ver a través de las paredes, o la “invisibilidad”, para poder
entrar a los baños de las mujeres, me dijo, jajajajaja. Pero claro,
era una oportunidad única, y no la podía desperdiciar en
estupideces. Pensó en el poder de volar; ser algo así como
Superman pero sin tener que enfrentarse a súper héroes. Se le
ocurrió que quería viajar, poder conocer el mundo, salir de
Dominicana y visitar a sus parientes en Europa, conocer todo el
mundo.
Pero mirá lo que se le cruzó por la mente: iba a sentir mucho
frío!!! se imaginaba viajando en invierno volando hasta Francia, o
a España a visitar a su hermano en invierno, y se puso a tiritar de
solo pensarlo. Fue ahí que se le ocurrió lo de la teletransportación.
Poder viajar de un lado a otro con solo pensarlo y cerrar los ojos,
¡¡formidable!! Se lo dijo al diablo y éste estuvo de acuerdo, así
que cerraron el trato.
Lo primero que hizo fue pensar en su hermano Santiago. Sabía
que vivía en Barcelona, pero nunca había estado allí. Preparó una
valija con algo de ropa, cerró los ojos y se imaginó Rupit i Pruit,
un pueblito de la comarca de Osona en las afueras de la ciudad
española, donde vivía su hermano. Sintió una especie de
estremecimiento, nada más que eso. Abrió los ojos y no podía
creer lo que estaba viendo, era como un viaje en el tiempo y había
caído en la edad media. No le costó mucho llegar a donde vivía
Santiago.
No voy a contar aquí lo que fue la estadía del dominicano en casa
de su hermano; solo diré que después viajó por algunos lugares de
Europa, y China. Luego quiso visitar América del Sur, y la única
referencia que tenía era la de Uruguay, un país que le había
ganado la final del campeonato del mundo de fútbol a un coloso
gigantesco como Brasil, en 1950, y por si fuera poco, en su propia
casa. Solo por eso valía la pena conocerlo. Y así fue que Salvador
fue a parar acá.
La cuestión fue que cuando Salvador quiso volver a su país, el
diablo le exigió un encargo que de ninguna manera él estaba
dispuesto a cumplir. Y cuando le rogó que lo dejara volver a su
tierra el diablo le dio por toda respuesta: “hay lugares de los que
no se vuelve”.
- ¿Eso le dijo el diablo? ¿Hay lugares de los que no se vuelve?
-pregunté no sin cierto estremecimiento-
- Sí, eso le dijo, tremendo ¿no?
A Salvador no le quedó más remedio que quedarse por acá,
conseguir trabajo, y empezar una nueva vida. Por cierto, todo fue
más fácil cuando se enamoró. Aunque nada es fácil en esta vida, y
la mujer de la que estaba enamorado tenía dueño, para su
desgracia.
- Me imagino que no te creerás lo del pacto con el diablo, ¿no? -le
dije riendo a Jaime cuando terminó su historia-; probablemente
haya escapado de su país perseguido andá a saber por qué razón,
tal vez por razones políticas, o puede que sea un delincuente, un
narco.
- Qué sé yo -continuó Jaime-, vaya uno a saber...pero esperá que
ahí no termina la historia. Al otro día salí con Ángela, ¿te acordás
de Ángela?
- sí, me contaste, tu compañera de trabajo.
- Esa; bueno, fui a su casa en Marindia, y no volví tarde a mi casa,
serían las siete u ocho de la noche, por ahí. Entro a casa y mientras
cierro la puerta hago lo de siempre, le aviso cariñosamente a
Carla: “amor, volví”. La respuesta me llegó casi inaudible, no sé si
me lo dijo a mí o se lo dijo a ella misma: “hay lugares de los que
no se vuelve”.
Comentarios
Publicar un comentario