- De
los pescaos que vuelan me gusta el chancho – dijo el Araña
mientras le servía el wisky a Rodríguez.
El
dicho le había quedado de aquella vez de la histórica carneada de
su vecino don Carlos. El de enfrente, porque Carlos son muchos en la zona. El
propio Araña se llama Carlos.
Habían
comenzado en la mañana temprano, juntando leña. El fogón se armó
como siempre al costado del aljibe, entre éste y el chiquero. El
medio tanque de quinientos litros se llenó con la manguera, y el
fuego hizo su trabajo para que estuviera hirviendo a la hora de pelar
el animal.
Los
gritos del chancho se sentían por todo Paso del Medio. Se la veía
venir, o vaya a saber qué, pero la cuestión es que no se dejaba
agarrar. No fue fácil enlazarle la pata trasera, pero al final pisó
sin querer dentro del lazo y su suerte estaba echada, el nudo se
cerró y no tuvo más remedio que salir del corral, empujado por tres o cuatro vecinos que se juntaban para dar una mano en toda la
faena.
En
el boliche del Araña ya se había planificado la parrillada, con
campeonato de truco y billar. Los ganadores del truco se enfrentarían
con los ganadores del billar, en una final de alquilar balcones. Los
campeones se alzarían con un nada despreciable premio: una rueda de
chorizos y cuatro tiras de asado del chancho, más una damajuana de
cinco litros del suelto, de la bodega de los López.
En
lo de don Carlos, mientras tanto, el trabajo proseguía. Ataron bien fuerte de cuatro
gruesas cuerdas al chancho, el que no pesaba menos de trescientos kilos, a ojo de buen cubero. Pasaron las cuerdas por un horcón bien
alto del eucalíptus, y tantearon para ver si resistía. Eran cuatro
hombres tirando, y apenas lograron levantar al animal unos cinco
centímetros del suelo.
-
Cuento hasta tres y tiramos todos bien fuerte carajo, no puede ser
que no podamos con este bichito e mierda – gritó don Carlos, y
todos respiraron hondo para juntar fuerzas.
-
Uno, dos...tres!! dale carajo!!!
El
chancho gritaba y se retorcía; se elevó esta vez unos quince
centímetros del suelo y volvió a caer pesadamente, llevándose en
la caída a uno de los hombres, que tropezó con una rama y cayó
muerto de risa.
- No
hay caso vecino – opinó – va a tener que traer el tractor.
- Ya
veo...sostengan ese chancho no sea cosa que dispare, ya vengo.
Al
ratito volvió en el tractor, lo acomodó marcha atrás y los otros
ataron las cuerdas al mismo con doble nudo y varias vueltas.
Cuando
le avisaron que todo estaba listo, don Carlos puso primera y arrancó.
Justo en ese momento le sonó el celular y atendió, momento fatal,
ya que al distraerse se olvidó en lo que estaba y siguió marchando
sin mirar atrás. Los gritos de los demás ni los sintió. El chancho
había llegado a la horqueta del árbol y se había quedado trancado,
y al continuar andando el tractor el eucalíptus se arqueó, hasta
que las cuerdas no aguantaron más y reventaron. Aquello se
transformó en una catapulta, y el animal salió disparado por los
aires perdiéndose en el monte.
Rastrearon
todo lo que pudieron pero ni señas del chancho. Ni entre los árboles
ni en la cañada ni en ningún lado.
Vecinos
de los alrededores todavía comentan y juran haber visto un chancho
volando rumbo al pueblo. Alto volaba, dicen.
Lo
cierto es que el campeonato de truco y billar en lo del Araña no se
suspendió. Por el contrario, sirvió para comentar los sucesos de la
frustrada carneada. Aunque por cierto, el premio se vio levemente
modificado – nadie protestó -, y en lugar del asado de chancho y
la rueda de chorizo, se aumentó el líquido elemento, que pasó de
damajuana de cinco a damajuana de diez.
Nadie
recuerda quien ganó el campeonato, y la damajuana la bajaron entre
todos y enseguida, luego de los whiskys de aperitivo y media oveja que aportó
otro vecino para no tomar con el estómago vacío. Hubo que ir a buscar más vino. El pobre don
Carlos lagrimeaba, nadie supo si por el chancho perdido, de la
emoción nomás o porque el vinito estaba levemente picado.
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