Sofía se puso la minifalda, se calzó las botas a las apuradas, arregló un poco su desordenado pelo castaño, tomó su cartera de arriba de la cama y salió corriendo del pequeño apartamento dando un portazo. En el taxi se maquillaría un poco.
No podía llegar tarde. El de hoy era un cliente importante, y si fallaba, las consecuencias serían graves. Carlos no solía perdonar errores, ni siquiera con los clientes más comunes, así que con este no podía correr ningún riesgo. Era su trabajo y tenía que mantenerlo, por algo era una profesional.
Por lo que sabía, era el gerente de un banco, o de una financiera, da lo mismo, un tipo de plata, de mucha plata, y aunque por sus servicios recibiera la misma cantidad de billetes que si se tratara de cualquier hijo de vecino, era un cliente de esos que hay que conservar, porque nunca se sabe.
Le dijo el lugar al taxista, se acomodó en el asiento trasero y revolvió su cartera hasta encontrar los elementos para el maquillaje y comenzó su tarea frente al espejito. Pensó que ella también podría haber sido gerenta de un banco ¿por qué no? No era ninguna boba, tan mal no le estaba yendo.
No entendía muy bien algunas cosas, pero no era a ella a quien le tocaba entender. Por lo general, los encuentros con este tipo de clientes eran en lugares selectos y discretos, y se debía evitar que alguien pudiera verlos juntos. Así lo pedían los mismos clientes, y era muy razonable que así fuese.
Pero en este caso, las reglas eran otras. Por alguna razón, tenía que encontrarlo a las tres de la tarde, a plena luz del día, y en la vía pública, a la vista de todo el mundo.
Claro que eso no era asunto suyo ni le importaba; si Carlos lo había arreglado así con el hombre, ella no era quien para cuestionarlo. Y por otra parte, no se había molestado en explicarle demasiado las razones.
Llegó a la plaza a la hora convenida, y había allí un mundo de gente. Sin embargo, no le costó ubicarlo; parado junto a una fuente, y con gestos nerviosos, estaba él. No podía ser otro, gordito, de traje, con su portafolios, su pelada y sus lentes (era tal la cual la descripción que le había hecho Carlos). Se acercó y lo saludó mientras contenía una arcada ante su asqueroso perfume. El hombre tenía un aspecto muy formal y cuidado, pero evidentemente lo suyo no eran las mujeres, ese perfume solo podría habérselo puesto alguien que quiere repeler al género opuesto. ¿Sería casado? Sí, tenía anillo de matrimonio.
- Buenas tardes señorita – saludó mientras le estampaba un beso en la mejilla.
- Hola – dijo ella sin entender todavía muy bien de qué se trataba aquello.
- ¿Vamos?
- Vamos. Y...¿a dónde vamos si se puede saber?
- Usted solo acompáñeme; tomaremos algo en aquel bar de la esquina y luego iremos hasta mi auto que está enl a otra calle, acá a la vuelta. Daremos unas vueltas por ahí y después la dejaré donde usted me pida.
- ¿No habrá sexo?
- No, no lo habrá. ¿la decepciona?
- No, para nada. No es por usted eh?...es que tuve una mala noche...me levanté tarde...estoy sin comer.
- Pida algo para comer, tenemos tiempo.
Ella pidió un capuchino y un sandwich caliente, y él solamente un café.
Le gustaba que el hombre la mirara interesado. En general los clientes eran muy diferentes, si le miraban era con calentura, no con la mirada de interés genuino.
Le gustaba que el hombre la mirara interesado. En general los clientes eran muy diferentes, si le miraban era con calentura, no con la mirada de interés genuino.
- Disculpá que no te pregunté tu nombre, ¿te puedo tutear?
- Sí, claro, Sofía, me llamo Sofía.
- ¿Y vivís sola?
- Con Carlos, usted lo conoce, que es como vivir sola, digamos.
- Tiene pinta de malandro, disculpáme que te lo diga.
- Puede ser, sí, pero en esta profesión, cuanto más malandro sea, mejor, una está más protegida, ¿me entiende?
- ¿Y tus padres?
- Mi madre vive con su novio, otro hijo de puta…
- ¿Y tu padre?
- No tengo, nunca tuve.
- Bueno...tener tenés...no podés nacer solo de una mujer.
- Sí, yo sí pude, nunca tuve padre, así que nunca existió.
- ¿Nunca te interesó saber de él, conocerlo?
- Nunca. A los hijos de puta más vale no conocerlos, ¿No cree? Hablemos de otra cosa mejor ¿No?
El hombre metió dos dedos en el cuello de su camisa alfojando un poco el apriete de la corbata, miró su café que se estaba enfriando y llamó al mozo.
Pagó la cuenta y se levantó.
- ¿Vamos?
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