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BELLA Y DESPIERTA


No estaba vestida como para subir escaleras; no tan angostas y menos en forma de caracol. Pero su determinación pudo más. Se quitó los zapatos y se levantó un poco la falda con una de sus manos, y comenzó a subr lenta y cuidadosamente agarrada firme de la baranda de hierro que se meovía peligrosamente.
A mitad de camino, paró un instante fatigada y se sentó a descansar. El olor a humedad era penetrante, en aquel espacio reducido, con paredes de ladrillos tapizadas de un musgo verde.
Ranudó el ascenso con mucho cuidado tratando de no hacer el más mínimo ruido en el tramo final; sabía que la anciana era un poco sorda y que difícilmente podría oir sus pasos, pero no quería arruinar todo cuando estaba por cumplir un deseo largamente acariciado.
Al llegar al descanso, se enfrentó a la pequeña puerta de madera durísima, pero ya desvencijada por el paso del tiempo. La llave -una vieja llave carcomida por el herrumbre- estaba puesta en la cerradura, y no tuvo que hacer demasiado esfuerzo, apenas la giró, sintió que la puerta se abría haciendo un pequeño chirrido.
Le costó acostumbrarse a la semipenumbra del cuarto y reprimió un estornudo al sentirse invadida por el olor a naftalina. Lo primero que vio fue un antiguo ropero de roble con aplicaciones grabadas y una puerta abierta que tenía un espejo adosado. Por el espejo se podía ver la cama que estaba del otro lado de la habitación. Los efectos de la adrenalina se hacían sentir en el galope acelerado de su corazón; tanto que temía que la anciana escuchara sus latidos.
Un quejido de madera contra madera la hizo girar hacia la derecha, y recién allí la vio. La anciana estaba sentada de espaldas a la puerta, frente a una rueca, absorta en su trabajo de hilado.
Se acercó muy lentamente a ella mientras introducía su mano entre sus senos y palpaba el frío metálico.
La anciana no llegó a enterarse de que tuvo un objeto filoso clavado en el cuello. Cayó de costado como una bolsa de papas, con los ojos muy abiertos, mientras un hilo de sangre comenzaba a correr despacio por el piso de madera.
Afuera la esperaba el joven príncipe montado en su corcel.

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