Ir al contenido principal

BELLA Y DESPIERTA


No estaba vestida como para subir escaleras; no tan angostas y menos en forma de caracol. Pero su determinación pudo más. Se quitó los zapatos y se levantó un poco la falda con una de sus manos, y comenzó a subr lenta y cuidadosamente agarrada firme de la baranda de hierro que se meovía peligrosamente.
A mitad de camino, paró un instante fatigada y se sentó a descansar. El olor a humedad era penetrante, en aquel espacio reducido, con paredes de ladrillos tapizadas de un musgo verde.
Ranudó el ascenso con mucho cuidado tratando de no hacer el más mínimo ruido en el tramo final; sabía que la anciana era un poco sorda y que difícilmente podría oir sus pasos, pero no quería arruinar todo cuando estaba por cumplir un deseo largamente acariciado.
Al llegar al descanso, se enfrentó a la pequeña puerta de madera durísima, pero ya desvencijada por el paso del tiempo. La llave -una vieja llave carcomida por el herrumbre- estaba puesta en la cerradura, y no tuvo que hacer demasiado esfuerzo, apenas la giró, sintió que la puerta se abría haciendo un pequeño chirrido.
Le costó acostumbrarse a la semipenumbra del cuarto y reprimió un estornudo al sentirse invadida por el olor a naftalina. Lo primero que vio fue un antiguo ropero de roble con aplicaciones grabadas y una puerta abierta que tenía un espejo adosado. Por el espejo se podía ver la cama que estaba del otro lado de la habitación. Los efectos de la adrenalina se hacían sentir en el galope acelerado de su corazón; tanto que temía que la anciana escuchara sus latidos.
Un quejido de madera contra madera la hizo girar hacia la derecha, y recién allí la vio. La anciana estaba sentada de espaldas a la puerta, frente a una rueca, absorta en su trabajo de hilado.
Se acercó muy lentamente a ella mientras introducía su mano entre sus senos y palpaba el frío metálico.
La anciana no llegó a enterarse de que tuvo un objeto filoso clavado en el cuello. Cayó de costado como una bolsa de papas, con los ojos muy abiertos, mientras un hilo de sangre comenzaba a correr despacio por el piso de madera.
Afuera la esperaba el joven príncipe montado en su corcel.

Comentarios

Entradas populares de este blog

ÉL, YO

Desperté hoy con tremenda resaca. Sin duda había bebido mucho anoche, aunque no recordaba haber pasado por el almacén a comprar el vino. Sobre la mesita de luz había dos cajillas de cigarrillos vacías y arrugadas, y una a medio terminar, además de un cenicero lleno de colillas. Estoy delirando –pensé- tengo que dejar el maldito vino de una vez por todas. No podía entender que hacían allí esos cigarrillos, ya que yo había dejado de fumar hacía más de veinte años. Me levanté de la cama con lentitud, acosado por el mareo, y pasé por la cocina a tomar mi pastilla para la hipertensión. Sobre la mesada estaba una botella de whisky totalmente vacía. Yo tomo vino –me dije- ¿qué hace esta botella aquí? Fui al baño a darme una ducha, necesitaba despejarme o me volvería loco. El agua me hizo bien. Ahora necesitaba un cigarrillo. Prendí uno y volví al baño a peinarme y lavarme los dientes. Con el pucho colgando de los labios, tomé el peine y procedí a acomodarme el cerquillo que me c

DIGNIDAD

  Asomó la cabeza a la esquina y no vio a nadie, así que dobló y se mantuvo contra la pared avanzando muy lentamente. En el primer saguán se metió para adentro y se quedó en completo silencio. La lluvia continuaba y su impermeable ya estaba completamente inútil, necesitaba un respiro. De todas formas, su presa aún no aparecía. Tenía apenas una señas, y con eso se las debía arreglar. Se trataba de un hombre joven, tal vez de entre 30 y 50 años, morocho o castaño, no estaba muy claro. El mismo había pasado por esas etapas. Tuvo alguna vez el pelo rubio, cuando era muy pequeño, y bien lasio. Luego fue morocho y enrulado, y ahora era canoso. No le habían podido dar más señas que esas. Posiblemente llevara barba, y tal vez usara lentes. Dejó pasar cinco minutos y asomó lentamente la cabeza. Un hombre acababa de girar en la otra esquina. No podía ser otro que él. Salió y apuró el paso haciendo caso omiso a la lluvia. Al llegar a la esquina se detuvo y miró disimuladamente. El hombre estaba

GERARDO

Él era más bien gordito; alto pero gordito. Y no le gustaba nada ser gordito. Hasta que un día se propuso adelgazar por el método violento: hizo una especie de huelga de hambre por una semana; solo tomaba agua. Obviamente adelgazó muchísimo, y después lo que hizo fue mostrar su enorme fuerza de voluntad para mantenerse flaco. Con el alcohol no hizo el mismo esfuerzo. Le gustaba tomar y no le preocupaba tanto como la panza. Una vez me dijo: “creo que soy alcohólico...veo una botella de ron y me produce una erección”. Porque él era así, tenía una especie de motor interno que le hacía generar cosas continuamente. No se conformaba con lo rutinario, quería hacer cosas nuevas a cada rato, extrañas, fuera de lo común. Una vez, charlábamos sentados en un murito del barrio, más precisamente en la esquina de Montero y Ellauri, y serían las tres o cuatro de la madrugada, y me dijo: - Podríamos ir a tomar un café...tengo ganas de tomar un café. - Bueno, dale, vamos, si querés vamos a casa