Ir al contenido principal

SAN VALENTÍN


Siempre pensé que el día de los enamorados se llamaba San Valentín porque había que ser muy valiente pa enamorarse.
Yo no lo era. Sin embargo me enamoraba mucho, y siempre fui hombre de muchas mujeres. Sobre todo de chiquito.
Era chiquitito y ya tenía muchas mujeres de novias. De a una, eso sí, no me gustaba hacer ostentación. Y cuando me enamoraba de esa era hasta las patas, no era cuestión de andar macheteando, que amor era lo que sobraba y uno suponía en ese entonces que le iba a sobrar toda la vida, así que uno se enamoraba y mucho y lo desparramaba.
Recuerdo no menos de tres novias de la infancia, que no las voy a nombrar por varias razones. Primero que nada porque ellas deben estar felizmente casadas ahora, o felizmente divorciadas, tanto da, y no es cuestión de andar metiendo líos así nomás porque sí. Y segundo porque ellas nunca supieron que eran mis novias, cuestión que tal vez haya colaborado a que sus vidas hayan transcurrido de una forma muy parecida a la felicidad.
Yo sufrí mucho con esos noviazgos. Iba al cine con ellas, las tomaba de la mano y les juraba amor eterno. Por suerte nunca se enteraron. En un pueblo del interior si uno jura amor eterno tiene que apechugar luego, porque todo el mundo se entera y presiona.
Después me mudé para la capital y ahí ya no era tan fácil conseguir novia. Y menos así para hacer manito en el cine. En la capital eran más de hacer manito en la cama, y eso a mí me daba como cierto pánico. Había que ser muy Valentín, y yo era más bien San.
Con todo, un amigo empezó a sacarme a callejear con él. Era tremendo. Salía a conseguir novias por la calle, que es la forma más absurda y descabellada de conseguir novias según yo lo veía y lo veo. Pero a él le iba bien, tenía montones de novias. Pero era muy ordenado, tenía una libretita donde anotaba los teléfonos y otros detalles, y al lado, entre paréntesis, una breve sinopsis de dónde la había conseguido, qué le había dicho, como era físicamente y eso, porque no era cuestión de andar confundiéndolas.
Yo nunca tuve libretita. Primero porque no me animaba a pedirles el teléfono, así que no tenía nada para anotar. De esas tuve novias a montones. Todavía estarán preguntándose para qué las abordé. Que le pregunten a mi amigo que era el que sabía.
Hoy ya no tengo tantas. Me aburrí de tanta novia. Igual sigo haciendo manito en los cines y les juro amor eterno.
Que no se enteren.


Comentarios

Entradas populares de este blog

ÉL, YO

Desperté hoy con tremenda resaca. Sin duda había bebido mucho anoche, aunque no recordaba haber pasado por el almacén a comprar el vino. Sobre la mesita de luz había dos cajillas de cigarrillos vacías y arrugadas, y una a medio terminar, además de un cenicero lleno de colillas. Estoy delirando –pensé- tengo que dejar el maldito vino de una vez por todas. No podía entender que hacían allí esos cigarrillos, ya que yo había dejado de fumar hacía más de veinte años. Me levanté de la cama con lentitud, acosado por el mareo, y pasé por la cocina a tomar mi pastilla para la hipertensión. Sobre la mesada estaba una botella de whisky totalmente vacía. Yo tomo vino –me dije- ¿qué hace esta botella aquí? Fui al baño a darme una ducha, necesitaba despejarme o me volvería loco. El agua me hizo bien. Ahora necesitaba un cigarrillo. Prendí uno y volví al baño a peinarme y lavarme los dientes. Con el pucho colgando de los labios, tomé el peine y procedí a acomodarme el cerquillo que me c

DIGNIDAD

  Asomó la cabeza a la esquina y no vio a nadie, así que dobló y se mantuvo contra la pared avanzando muy lentamente. En el primer saguán se metió para adentro y se quedó en completo silencio. La lluvia continuaba y su impermeable ya estaba completamente inútil, necesitaba un respiro. De todas formas, su presa aún no aparecía. Tenía apenas una señas, y con eso se las debía arreglar. Se trataba de un hombre joven, tal vez de entre 30 y 50 años, morocho o castaño, no estaba muy claro. El mismo había pasado por esas etapas. Tuvo alguna vez el pelo rubio, cuando era muy pequeño, y bien lasio. Luego fue morocho y enrulado, y ahora era canoso. No le habían podido dar más señas que esas. Posiblemente llevara barba, y tal vez usara lentes. Dejó pasar cinco minutos y asomó lentamente la cabeza. Un hombre acababa de girar en la otra esquina. No podía ser otro que él. Salió y apuró el paso haciendo caso omiso a la lluvia. Al llegar a la esquina se detuvo y miró disimuladamente. El hombre estaba

GERARDO

Él era más bien gordito; alto pero gordito. Y no le gustaba nada ser gordito. Hasta que un día se propuso adelgazar por el método violento: hizo una especie de huelga de hambre por una semana; solo tomaba agua. Obviamente adelgazó muchísimo, y después lo que hizo fue mostrar su enorme fuerza de voluntad para mantenerse flaco. Con el alcohol no hizo el mismo esfuerzo. Le gustaba tomar y no le preocupaba tanto como la panza. Una vez me dijo: “creo que soy alcohólico...veo una botella de ron y me produce una erección”. Porque él era así, tenía una especie de motor interno que le hacía generar cosas continuamente. No se conformaba con lo rutinario, quería hacer cosas nuevas a cada rato, extrañas, fuera de lo común. Una vez, charlábamos sentados en un murito del barrio, más precisamente en la esquina de Montero y Ellauri, y serían las tres o cuatro de la madrugada, y me dijo: - Podríamos ir a tomar un café...tengo ganas de tomar un café. - Bueno, dale, vamos, si querés vamos a casa