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DIGNIDAD

 


Asomó la cabeza a la esquina y no vio a nadie, así que dobló y se mantuvo contra la pared avanzando muy lentamente. En el primer saguán se metió para adentro y se quedó en completo silencio. La lluvia continuaba y su impermeable ya estaba completamente inútil, necesitaba un respiro. De todas formas, su presa aún no aparecía. Tenía apenas una señas, y con eso se las debía arreglar. Se trataba de un hombre joven, tal vez de entre 30 y 50 años, morocho o castaño, no estaba muy claro. El mismo había pasado por esas etapas. Tuvo alguna vez el pelo rubio, cuando era muy pequeño, y bien lasio. Luego fue morocho y enrulado, y ahora era canoso. No le habían podido dar más señas que esas. Posiblemente llevara barba, y tal vez usara lentes.

Dejó pasar cinco minutos y asomó lentamente la cabeza. Un hombre acababa de girar en la otra esquina. No podía ser otro que él. Salió y apuró el paso haciendo caso omiso a la lluvia. Al llegar a la esquina se detuvo y miró disimuladamente. El hombre estaba deteniendo un ómnibus y se aprestaba a subir. Tratando de no quedar en evidencia corrió un poco para hacer señas al ómnibus pero cuando estaba a unos metros arrancó y cerró la puerta. Miró a todos lados buscando algo, tal vez un taxi, pero lo único que vio fue un bar en la vereda de enfrente. Sin saber por qué, cruzó la calle y se propuso pasar frente al boliche; pensó que tal vez su hombre no fuera el del ómnibus y puede que estuviera tranquilamente disfrutando de un cortado con medias lunas.

Al pasar, observó hacia dentro del bar y en una mesa a la derecha había una muchacha que lo miró por un instante y creyó que la había visto sonreir. No una sonrisa de esas abiertas y directa, sino más bien una recatada e indescifrable, que bien podía ser de aprobación o vaya a saber qué. No había más gente en las demás mesas, así que siguió caminando distraídamente una media cuadra más.

De pronto sintió que estaba dejando pasar la oportunidad de su vida. Esa muchacha, bien mirada, era lo que siempre había estado buscando. Ni demasiado atractiva como para que los hombres se la comieran con los ojos cuando fueran caminando por esas calles de la vida, ni tampoco tan fea como para que se rieran de él. Si bien estaba sentada, podía adivinar que era más o menos de su altura. Pensó que no era difícil que la muchacha estuviera pensando en él en este momento. Tal vez se estuviera preguntando por qué no se había detenido y entrado al bar para charlar con ella. Así como se lo estaba preguntando él mismo. Aunque él muy bien sabía por qué no se había detenido; simplemente era muy tímido, jamás había sabido como abordar a una mujer. Y menos si esa mujer le interesaba mucho, como en este caso. Una mujer cualquiera no lo ponía en mayores aprietos, era capaz de saludarla y aún de preguntarle cómo estaba. Pero la mujer del bar era una mujer especial. No podría asegurar si terminaría casándose con ella, porque llegar a ese punto requería de un montón de circunstancias. Casi no dudaba de que ella sentía algo por él. Esa mirada y ese esbozo de sonrisa eran toda una promesa de felicidades futuras. Serían una pareja a la que mucha gente envidiaría sin duda, puesto que el trato mutuo y el amor de ida y vuelta que ya se estaba gestando en las mentes de ambos así lo presagiaba. No se le ocultaba, sin embargo, que las cosas bien podrían ser diferentes. Tal vez su mujer del bar no era otra que la compañera del hombre que venía siguiendo y ella lo estaba esperando. Puede que su mirada y su sonrisa no fueran otra cosa que una burla porque su pareja -ese sujeto despreciable- se había escabullido sin más. Pero ¿cómo era posible que su mujer del bar fuese tan vulgar como cualquier otra? ¿Sería posible que no pudiera encontrar en su maldita vida una mujer decente? Tan buena y juiciosa que le había parecido, y ahora todo se venía abajo. Ella simplemente había jugado con él. Un amor más que se diluía en el aire. La vida era cruel cuando uno ponía toda su alma en una relación y era pagado con ese desprecio infame. No era justo. Mañana volvería a buscar al hombre, pero esa mujerzuela que no esperara nada de él; tenía dignidad y orgullo y sabía que se merecía algo mejor.

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