Tanta
alegría colectiva en las calles jamás había sido vista. La gente
salía espontáneamente de sus casas, con sus banderas y lo invadían
todo, las avenidas, las veredas, los monumentos, los parques, los
balcones. No era porque el fin no fuese previsible, los días negros
iban a terminar más temprano que tarde, bastaba leer la prensa para
saber que el final estaba cerca. Pero había sido duro, y había sido
posible por la conjunción y el esfuerzo de la mayoría de la
población. Todos eran felices.
Todos
menos él, el dictador, que deseaba que aquel festejo terminara
porque le recordaba su bochornosa soledad en medio de tanta alegría
colectiva.
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