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NO SE VA


El apartamento en el barrio Palermo era cómodo para una mujer sola. Chico pero confortable, tenía un patio donde colgar ropa o sentarse al sol a leer, y sobre todo manejable: no mucho para limpiar. Era justo lo que andaba buscando después de haberse separado y pasar un tiempo con su madre. Así que se mudó sin más trámites y lo decoró de forma bien simple, como a ella le gustaba, y sobre todo sin nada que le recordara su vida matrimonial.
El barrio era agradable, y los vecinos también, gente simpática que saludaba con un “buenos días cómo está vecina”, y se ponía “a las órdenes cualquier cosa que precise, ¿sabe?”.
Al poco tiempo conoció al ocupante del piso de arriba, un muchacho que ahora vivía solo ya que su madre había fallecido no hace mucho tiempo. Era un muchacho agradable, se paraba en la puerta y le hablaba de los libros que había leído, de la música que escuchaba. Al principio le pareció mayor, pero luego se dio cuenta de que en realidad era un joven avejentado. Fernando -que así se llamaba- se ofreció para lo que fuera, algo de electricidad, alguna pintura, hacerle algún mandado, cualquier trabajito que tuviera le servía.
Lilián le fue pidiendo algunas cosas que necesitaba, y siempre le pagaba algún pesito, que a Fernando lo ayudaba para sus cosas. Cosas que empezó a sospechar tenían que ver con el consumo de sustancias.
A veces Fernando le golpeaba la puerta y le pedía que le calentara agua caliente para el mate, un poco de leche, o alguna cosa para comer, y siempre que podía Lilián le daba. Pero desde un principio le aclaró algo: “Fernando, yo en lo que pueda te ayudo, pero plata no me pidas porque no te voy a dar”.
Un fin de semana, Lilián se había aprontado para salir con unos amigos que la habían invitado a un recital. Los amigos habían quedado en pasarla a buscar en el auto, y ella había entrado a bañarse cuando Fernando comenzó a insistir golpeando la puerta.
- Lilián, ¿estás ahí? Abrime por favor
Así estuvo golpeando como loco, y Lilián le gritó desde la ducha:
- Ahora no puedo Fernando, me estoy duchando
Fernando siguió insistiendo largo rato, y cuando Lilián terminó de bañarse le abrió la puerta fastidiada.
- ¿Qué pasó Fernando? ¿por qué tanto alboroto? Te dije que estaba ocupada, ¿qué necesitás?
El muchacho estaba totalmente desencajado, ella nunca lo había visto así.
- Me tenés que dar trescientos pesos
- No Fernando, esto ya lo habíamos hablado, yo te dije que no me pidas plata, porque yo plata no tengo; yo ando siempre con lo justo para el ómnibus, lo sabés bien, y la verdad que si te puedo ayudar en otra cosa no hay problema, vos sabés que nunca te niego nada, pero plata no, no tengo.
Era la pura verdad, ella estaba sin dinero, pero aunque lo hubiese tenido, no le iba a dar, porque sabía que era para comprar droga. Nunca le negaba comida o lo que fuese que le pidiera, pero no estaba dispuesta a darle dinero para colaborar con su drogadicción.
Fernando se iba pero a los pocos minutos volvía y golpeaba que parecía que quería echar abajo la puerta, y Lilián comenzó a tener miedo, cosa que hasta entonces no le había pasado. Era bastante corajuda, pero era también consciente de los efectos que produce la droga en los jóvenes. Temía que le tirara la puerta abajo, que se pusiera violento, que apareciera con un arma o algo así para llevarse cualquier cosa para vender y obtener la sustancia. Finalmente volvió a abrirle la puerta y lo encaró:
- Fernando, basta! Ya te dije que plata no te voy a dar...te pido que te vayas a tu apartamento y dejes de molestarme, no quiero tener que denunciarte a la policía, pero si me obligás no voy a tener más remedio que hacerlo, terminala!
Los amigos finalmente la pasaron a buscar y se fueron al recital. En el camino Lilián llamó a la dueña de apartamento y le contó lo que estaba pasando. Le dijo también que ella no quería llegar a hacer una denuncia a la policía porque sabía lo que eso significaba para el muchacho, que no era malo pero tenía ese problema con la droga. Ella trabajaba con abogados, entendía perfectamente que se lo iban a llevar y lo iban a tener un rato y luego el muchacho iba a volver a su apartamento a la misma realidad de siempre y ella iba a tener que seguir sintiendo miedo.
Poco después del incidente, Ricardo, un muchachón de 29 años hijo de Lilián, se vino a vivir con ella. La madre le contó a Ricardo el episodio que había vivido con su vecino de arriba y éste se puso furioso y quería encontrarse con él para cantarle las cuarenta y si se diera el caso, sacudirlo para que entendiera. La madre le dijo que por favor, que se olvidara del tema, que ya había pasado y que la situación ahora estaba mucho más tranquila, que no valía la pena.
Por suerte Ricardo y Fernando no llegaron a encontrarse, y por esos días madre e hijo se fueron una semana de vacaciones a un balneario de Rocha.
Cuando volvieron, a los pocos días Lilián comenzó a notar la ausencia del vecino.
- Ricardo, hace días que no veo a Fernando, y ni siquiera lo siento, ¿habrá pasado algo?
Desde el patio, Lilián veía siempre la luz prendida del apartamento de arriba, pero estaba continuamente así, día y noche, y no se sentía ningún ruido. Cuando pasó una semana, llamó a la dueña de los apartamentos y le contó que le pasaba y le pidió si no podía pasar y abrir la puerta para ver si todo estaba bien. Lilián sabía que el muchacho tenía una hermana que no se interesaba por él, y otra hermana en Estados Unidos, y que Fernando estaba totalmente solo.
Cuando comenzó a sentir un olor muy fuerte, Lilián definitivamente confirmó sus sospechas y llamó a la policía. Cuando los patrulleros llegaron y entraro al apartamento, después de romper la cerradura, se encontraron con el muchacho muerto boca abajo en el piso del dormitorio. Se llevaron el cuerpo y solo quedó el revuelo en el barrio por lo ocurrido.
Sin embargo, las dos noches siguientes Lilián y su hijo apenas pudieron dormir. Sentían ruidos constantes en el departamento de arriba, el de Fernando.
Pasado el tiempo, Lilián seguía teniendo un temor inexplicable. Un día, su hijo le dijo que en un sueño Fernando le había dicho que él se da cuenta que ellos le tienen miedo, y que no le gusta que le tengan miedo.
Pero el miedo persiste, está presente en todo momento, cuando Lilián se queda de noche sola, o cuando pasa por la puerta del apartamento de Fernando para llegar a la azotea. Él está presente siempre de una forma inexplicable. El miedo no se va, y Fernando tampoco.


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