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AMARRAS


Alicia se levantó tarde. Había estado toda la noche en el sanatorio cuidando a su padre y las ojeras mostraban a las claras el estado en que estaba. El padre llevaba ya diez días internado por un ataque cardíaco, y Alicia no se despegaba de su lado.
Él era un hombre joven, tenía apenas 58 años, y aunque al momento de enfermarse estaban algo alejados, no había duda que se adoraban uno al otro. El alejamiento no tuvo nada que ver con algo entre ellos, sino con la nueva esposa de su padre, que había logrado, vaya a saber cómo, alejarlo de la “hija comunista”, ¡válgame Dios!.
Si la situación continuaba como los días pasados, hoy sería el día once en estado de coma; pero Alicia confiaba ciegamente en que iba a recuperarse y así se lo manifestaba a diario a su padre al oído. Esto provocaba la preocupación de sus hermanos y la esposa, que veían que ella no aceptaba algo que ya no tenía remedio.
Comió algo a las apuradas y salió a la calle. Era un día gris, nublado, triste. Tomó el ómnibus que la dejaba justo frente al sanatorio, y no dejó de pensar en su padre en todo el camino, y en la posibilidad cierta de que lo vería más temprano que tarde recuperado.
Al entrar al amplio hall, un hombre que se encontraba sentado en uno de los sofás se levantó y fue hacia ella como si la conociera;
- buenos días señorita, la estaba esperando para hablar con usted.
- buenos días, ¿en qué puedo ayudarlo? ¿nos conocemos?
- venga, sentémonos acá.
Arrastrando su tristeza, y un tanto perdida, desorientada, y sin saber muy bien por qué, Alicia lo acompañó y se sentó junto al hombre, que comenzó a hablarle sin rodeos. Le contó que había conocido a su padre en uno de sus viajes, que era de Melo, y que casualmente se llamaba Walter como él. Le dijo además que era monje de alguna religión que Alicia no logró entender, y por último agregó:
- Me vine desde Melo a Florida porque sentí que tu padre me necesitaba.
Alicia abrió unos ojos muy grandes y su atención fue transformándose en bronca. ¿Por qué tenía que venir ese tipo a decirle todas esas cosas, en el estado en que ella se encontraba?
- ¿Usted no se da cuenta del estado en que estoy desde hace diez días? ¿Por qué cree que tengo que estar acá escuchándolo a usted en lugar de estar con mi padre? ¿sabe lo que es usted?: un chanta; y yo no tengo por qué escucharlo más.
Hizo el ademán de levantarse pero el hombre la detuvo e intentó calmarla amablemente, por lo que Alicia permaneció sentada y lo miró con lágrimas en los ojos.
- Hay algo que tienes que saber Alicia, porque te va a ayudar a entender lo que te quiero decir
A pesar de que quería irse lejos, lo siguió escuchando:
- Yo he sido bendecido con un don muy especial, el de ayudar a algunas personas a transitar de este mundo hacia el otro, ¿me entiendes? Es lo que estoy tratando de hacer con tu padre, pero tú lo estás reteniendo, no lo dejas ir.
Le habló durante un buen rato acerca de la necesidad de dejar ir a los seres queridos, de lo mal que se le hace a quien se pretende ayudar no permitiéndole avanzar a una vida mejor, y otras cosas por el estilo.
Ella permaneció callada, con las manos en la cara y los codos en las rodillas y mirando al suelo desolada. Lloraba amargamente. Levantó su rostro enrojecido y le dijo:
- Usted se burla del dolor ajeno. Yo nunca voy a aceptar que mi padre se muera ¿entiende eso? Es un hombre sano, fuerte, con mucha vida por delante. Se va a mejorar. Hacen muy mal usted y todos quienes están despidiéndolo, yo seguiré luchando.
Dicho esto se levantó furiosa. Caminó por los corredores masticando su bronca, pero con las palabras de Walter dándole vueltas por la cabeza. ¿Y si ese loco tenía razón? ¿y si lo que ella estaba haciendo era en realidad luchando por ella y no por su padre? ¿qué era lo que su padre en realidad quería, y cómo saberlo?
Entró a la sala de internación, miró con infinita ternura a su padre, dio un beso a su hermano que salió para dejarla sola, y se arrimó a la cama. Acarició a su padre, lo peinó con sus manos y se quedó mirándolo largamente.
Al rato se secó las lágrimas, arrimó sus labios al oído del padre y le susurró:
- Papi...te quiero...lo sabes ¿verdad? Dicen que yo te estoy impidiendo ir donde debes ir,...yo no voy a ser obstáculo, yo solo quiero que estés bien, se que has luchado cuanto has podido y voy a entender si necesitas descansar. Haz lo que quieras hacer, yo voy a estar bien y tú también, nada va a impedir que nos sigamos queriendo por la eternidad. Te amo.
Salió de la habitación bañada en lágrimas, e inmediatamente su padre dejó de respirar.

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