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LA MENTE EN BLANCO

Decidí hacer un poco de ejercicio, salir a caminar. Estoy en eso, hace diez minutos que salí. Me puse como meta unos ocho kilómetros, cuatro de ida y cuatro de vuelta. Es una ventaja que tengo sobre otras personas en tiempos de cuarentena. Me imagino que debe ser duro cuarentenear en un apartamento. Yo vivo en el campo, tengo espacio para moverme a voluntad, mucho verde, hasta un arroyito para hacer de cuenta que estoy pescando. Digo hacer de cuenta porque solo pesqué dos veces, la primera vez un bagre y la segunda una tararira, nunca más volví a sacar nada. Pero de todas formas ahora estoy caminando y no pescando. Lo estoy haciendo a buen ritmo, no se trata de un paseo. Nunca fui muy de pasear tampoco. Lo mío es ir. Es decir, decido ir a tal lado, llámese cine, teatro, recital, parque, playa, plaza, pero no me gusta tanto pasear. No sé por qué lo explico, porque no es muy claro, ni siquiera para mí que lo estoy explicando, menos para los demás. Lo que sucede es que mientras camino pienso. Si uno pudiera poner la mente en blanco y no pensar en nada, sería maravilloso. Tal vez se pueda en estado de reposo, lo voy a intentar más tarde. Pero ahora no creo que pueda. En realidad una de las razones por las que salí a caminar es porque estoy aburrido y cuando estoy aburrido me pongo a pensar, y no siempre mis pensamientos transcurren en un sentido favorable a mi estado de ánimo. Pienso y me deprimo. Es así. Por eso salí a caminar. Pero apenas empecé a caminar mi cerebro comenzó a pensar. Él es un ser independiente y hace lo que se le canta. Muchas veces me pongo a leer un libro y mi cerebro va por un lado y mis ojos por otro. Quiero decir...yo estoy leyendo, mis ojos recorren la escritura y hasta pareciera que están registrando lo leído, pero mi cerebro no les da bolilla, se va de paseo por donde se le antoja. Como ahora, que decido salir a caminar pero él no le da corte al cuerpo y está en lo suyo. Llevo ya dos kilómetros caminando y hace un ratito decidí dirigir mis pensamientos hacia algo en concreto, no dejarlos vagabundear por ahí, para eso estoy yo, y no me estoy refiriendo a que estoy para manejar mis pensamientos, no, me refiero a que estoy para vagabundear. Pero me fui de tema. Decía que resolví dirigir mis pensamientos hacia algo en concreto. Pero lo primero que se me ocurrió fue pensar en ella. Inmediatamente me di cuenta que eso era una estupidez, no me iba a llevar a ningún lado. Ya está, tema cerrado, pensá en otra cosa, me dije. Pero en qué. No se me ocurre en qué pensar, aunque visto desde otro ángulo cuando pienso en que estoy pensando en qué pensar ya estoy trabajando en eso. Podría aprovechar para pensar en algo profundo, eso estaría bueno, estoy caminando solo, por una carretera por donde pasa un auto cada muerte de obispo. ¿Será que los obispos mueren poco y por eso el dicho? No, no me voy a poner a pensar en eso ahora, sería tiempo perdido. Debería pensar en temas filosóficos que le atañen a la humanidad entera. Eso, pensar a lo grande, tal vez cuando haya terminado mi caminata puedo haber llegado a una conclusión acertada acerca de por ejemplo si la felicidad existe. Sería algo importante. No solo para mí. Yo ya estoy viejo para pensar en la felicidad. No, no quiero decir que no vaya a pensar en ese tema, no se me mal interprete. Quiero decir que pensar en ser feliz a esta altura de mi vida, cuando vivo solo como un perro en el medio del campo lejos de la vida, no es algo muy razonable. Pero bien mirado, ese es un buen punto para empezar a pensar en el tema más macro, digamos, la FELICIDAD así con mayúsculas, ir de lo particular a lo general y no al revés. Pensar en mi situación particular para llegar a una conclusión general sobre la felicidad en sentido amplio. Acá tengo que pegar la vuelta. No hablo de la felicidad. Pegar la vuelta cuando has llegado a la felicidad no es nada sensato. Lo que digo es que llegué al mojón que marcan los cuatro kilómetros, y es momento de pegar la vuelta. ¿No será que la felicidad es algo así? ¿Así como? Un camino, en donde uno llega a cierto punto y necesariamente tiene que dar vuelta. Me parece que eso es un disparate. No voy por buen camino si pienso que la felicidad es un camino. Bueno, no es ese el disparate. El disparate es dar vuelta en algún punto y no seguir el camino. Lo que sucede que en el camino a la felicidad algo se interpone y te hace retroceder. Como en esos juegos de caja, que tirás el dado y caes en la casilla que dice: pierde un turno, vuelve al lugar de partida. Así no va. Estos pensamientos me llevan nuevamente a ella, y eso es incompatible con la felicidad. Tengo que decidir entre una cosa y la otra. Las dos juntas no se puede. Debe haber algún otro tema para pensar antes de que se termine esta caminata. Ya sé que todavía no terminé con el de la felicidad. Al menos no llegué a ninguna conclusión sorprendente y reveladora para la humanidad acerca de ese tópico. Como que me quedé en la intención, que dicen que es lo que vale. Debería anotarme uno o dos temas antes de salir a caminar. La cuarentena es larga, y seguramente voy a tener tiempo de desarrollar varios de ellos para compartir con el mundo entero y acompañarlos en su cuarentena inmóvil, asfixiante, de apartamento. Me hace bien, me gusta salir a caminar, es alucinante, te libera, solo tenés que caminar, no pensar en nada, la mente en blanco.

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